En Caracas de 8 a 5. Capítulo XII. Obscuridad. Luis Garmendia
Capítulo XII
Obscuridad.
- ¡Ay Roger, que van a entrar ni que nada! Eso es un apagón, como los apagones de todos los días en esta vaina. ¿En qué país vives tú?
- Bueno, Oneida, sea o no sea. Igual hay que tomar posiciones. ¡Las mujeres al fondo!
- Roger, hoy te he tomado cariño que jode, pero asumámoslo: nosotros no tenemos un plan.
Nadie respondió nada a Oneida y el silencio le dio la razón, al tiempo que también organizó naturalmente las acciones: Calderón se paró junto a la puerta, Troncone frente a ella y César a un lado. Todos medio alumbrados por la llama de una vela que Gladys había encontrado en una gaveta con sus respectivos fósforos.
- Un amigo abogado me llevaba al polígono. Sé lo básico con un revolver y una pistola. ¿Y eso que tú sabes disparar ?
-El pendejo del novio mío, que siempre me pone a hacer eso en su hacienda. Es militar. Ya no estás sangrando- dijo Oneida, mientras en medio de la oscuridad casi total tocaba suavemente el rostro de César en busca de sangre fresca.
- ¿Qué cosa, César?
- Para Zamora y este novio tuyo…levantarse contigo, comer juntos, poner el cepillo al lado del tuyo, acariciarte el cabello mientras ves la televisión.
- ¡Ay, Cesar, tan bello! Ja, ja, ja, ja, ja. ¡Qué privilegio un carajo! ¡Una guachafita es lo que ha sido! ¡Un pase y sírvase con una pendeja disponible! ¡Dígame ese hijo de puta de Zamora! Ese coño de madre me preñó. Lo de coño de madre no es por haberme preñado, eso es algo que puede pasar. Es por cómo se portó. Decidí abortar, y él claro que estuvo de acuerdo. Me buscó médico, clínica, toda vaina. Y el día del aborto le salió un almuerzo con la esposa y me dejó sola en el consultorio, tuve que llamar a una amiga. ¿Y sabes qué fue lo peor? Qué la cosa se complicó y tuvieron que hacerme una histerectomía. ¿Me visitó Zamora? No. el señor pensó que, no sé, que le iba a pedir unos reales por mi útero. Lo mandé para el carajo, César. Me fui del apartamento que me tenía y dejé los estudios que me pagaba. Seguí en el trabajo porque él se fue justo por esos días. Esa vaina vaina me jodió mucho César; yo no soy Susanita la de Mafalda, lo más seguro es que habría decidido no tener chamos. Coño, pero me habría gustado poder tomar la decisión. La cosa me pegó mucho, me desencanté de todo. Desde ese momento, he hecho la misma pendejada: Oneida, la que no sabe qué es llamar un novio después de las cinco de la tarde o un fin de semana.
- ¿Y tu novio actual?
- El peor. Casadísimo con una gorda que no deja ni por el carajo. Hombre no se divorcia, y militar menos. A menos que seas una carajita; si eres una carajita y el hombre está entre los 40 y los 55 sí le da una locura y se divorcia. Carajita sí divorcia, César, ¿pero vieja? ¡Qué va! El tipo es General, metido de frente con el gobierno. Lo conocí de chama, estaba yo en bachillerato y era cadete de primer año. ¿Tú te acuerdas, César de la Kika Tasca? En sus primeras salidas de la escuela de guardias fuimos para allá. Había un muchacho que había empezado como mesonero, luego le dieron la oportunidad para cantar. Entonces cuando daban las 10 de la noche, se retiraba de las mesas, se ponía un smoking, bajaba por las escales catando una vaina como de Sinatra y seguía cantando cosas parecidas. Después tuvo un gran cambio, se dejó crecer el pelo hasta los hombros, se lo tiñó de amarillo y cambió el smoking por unas licras. Empezó a hacer un show de rumba y canciones bailables. Durante la función bromeaba con el público. Como veía a Humberto- así se llama mi general- muy enamorado de mí, comenzó a decir, “hay pasión, hay pasión en esa mesa. Con una muchacha así, no se va a volver loco el cadete”. Bueno, Humberto se puso furioso, casi se le va encima. Se paró porque le recordé que le podían meter un arresto. El gesto me pareció bonito, sentí que me estaba protegiendo. La cosa fue que después me enamoré de Zamora y lo dejé de ver.
- Pero ahora estás con Humberto.
- Sí César, pero es la misma vaina de siempre, lo reencontré casado, con la gorda enorme, y no la va a dejar. A reuniones sociales, va con la gorda; a restaurantes, va con la gorda; a Miraflores, va con la gorda; eventos fuera del país , con la gorda. Conmigo va a hotel, como ha sido siempre para mí, y a la hacienda. Yo creo que la gorda ni sabe que la tiene. El carajo tiene un montón de propiedades, esa debe pasar indvertida para la mujer. Ya yo me cansé de esto, César, de aceptarlo todo sin hacer un coño. Hoy mismo cambio eso, aunque sea en el último acto de mi vida. Si llego a agarrar esa pistola, te garantizo que hasta con ese poquito de luz de la vela, me quiebro al malandro. De verdad, soy buena con las armas. Los hombres son una mierda. Pero tú no, Cesar; eres un hombre bueno, y lo que me dijiste , es la cosa más linda que me han dicho en la vida.
Sintió de nuevo la mano de Oneida en su rostro, pero esta vez no verificaba su herida, sino que acariciaba su mejilla. La luz de la vela bailó en sus facciones, cada vez más cercanas al rostro de César, quien también se acercó disponiéndose al beso.
Gladys alzó la vela lo más erguida y altivamente que pudo, como una versión destartalada de la Estatua de la Libertad. Troncone saltó a la vanguardia y puso a César atrás de él. El mudo tomó la manilla y su rostro se contrajo en una expresión de furia hasta entonces desconocida para sus compañeros. Sintió una especie de calor sofocante que debía vomitar para que no consumiera; la adrenalina lo había cegado, disponiendo a su cuerpo además para una formidable respuesta física. No esperó sentir el giro de la llave en la cerradura, pensó que su excitación no le permitiría percatarse de él. Tiró de la puerta con toda su fuerza, exacerbada por la circunstancia, y el pestillo reventó la pared de yeso en la que se incrustaba. La sensación de percepción enlentecida que Roger Troncone había tenido por última vez hacía más de 20 años, cuando una muchacha lo vio llegar como un ángel a la puerta de su carro a punto de despeñarse, volvió a él. El rápido movimiento de la puerta que Calderón prácticamente había arrancado de la pared, pasó frente a sus ojos como una demorada secuencia de fotogramas. No pudo, no obstante, descifrar las siluetas huesudas viniendo por el pasillo. Solo vio obscuridad, una profunda obscuridad apenas interrumpida por cuatro haces de luz roja. Sintió que un objeto metálico pasó entre sus piernas.
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