Oráculo 2.0. Luiz Javier Hierro.

  ORÁCULO 2.0



    Algunos usan el I Ching, otros tantos echan las cartas, hay quienes lo ven todo en las líneas de las manos, los más pudientes se marcan un viajecito a Delfos, a otros les basta consultar un libro abriendo sus páginas al azar, muchos son los que se inclinan por las runas, incluso no son pocos los que tiran las agujas o leen las burbujas del champagne.


    Yo usaba Google.


    Recuerdo nítidamente, como si fuese ayer, el día en que comencé a regir los destinos de mi vida con este método al que, por no encontrar mejor nombre, llamaré oráculo 2.0. Estaba en casa. Estaba solo. Estaba harto. Era una tarde calurosa luego de un día de trabajo especialmente duro e insatisfactorio en el que recibí un buen puñado de humillantes reprimendas del tarado de mi jefe. Levanté la pantalla de la laptop, desplegué Chrome, coloqué la flecha del ratón sobre la palabra imágenes y presioné el botón. ¿Debo renunciar a mi trabajo?, escribí Lo primero que apareció en la pantalla del ordenador fue un retrato de medio perfil de Bukowski que sonreía cínicamente a un punto indeterminado de su destino o a un pack de seis. ¿Quién podía saberlo?


     Para mí el mensaje estaba clarísimo. Renuncié ipso facto y vía telefónica. Ni me lo pensé ni me tomé la molestia de ir personalmente a la oficina a restregarle la decisión a mi jefe. Marqué su número y cuando escuché la voz gangosa e inerte de la plasta de mierda que había regido mi vida durante los últimos seis años solo dije: Renuncio rolitranco de mamagüevo. Y colgué.


    La que para aquel entonces era mi esposa no quedó muy convencida cuando le informé de la buena nueva, más bien se mosqueó bastante por lo que consideraba una decisión apresurada y, sobre todo, irresponsable. Ama de casa y mujer práctica como pocas me preguntó si pretendía que viviéramos del aire. La despaché con un gesto despreocupado y me acosté en la cama para echar una siesta. Tenía toda la vida por delante para decidir. Y también tenía a Google.


     Mientras el dulce abrazo del sueño me envolvía con su cálido arrullo, me percaté de que el oráculo había respondido implícitamente a otra pregunta que yo no había formulado de viva voz, pero que rondaba mi cabeza en ese momento y desde siempre. Y con la feliz convicción de que el oráculo había confirmado, dado el visto bueno o avalado mi secreta aspiración de convertirme en un escritor, me dormí.


     Soñé con una gran sabana de papel blanco que relucía bajo el sol, rodeada de estanterías llenas de libros que semejaban montañas inexpugnables. Sentado a los pies de la vasta obra por realizar bebía una cerveza y lloraba de felicidad.


     Parado frente a mí tenía a Rómulo Gallegos.


   Sobre todo no describa, joven, dijo. Y continuó: Lo que daría por ser moderno.


     Me arrebató la cerveza de las manos y se fue.


     Desperté fresco como una lechuga. Mi mujer seguía enfurruñada. Peor para ella. Este era el primer día del resto de mi vida y eso no me lo iba a arrebatar nadie, ni siquiera una amargada encadenada a los despreciables asuntos prácticos del día a día.

    La oí trajinar en la cocina y me dio hambre. Así que me puse en pie de un salto porque estaba lleno de energía, expectativas y esperanzas y porque estaba dispuesto a tragarme la vida entera y también todo aquello que estuviera preparando la amargada pero excelente cocinera que era mi esposa.


    Pero me la encontré fumando. En la cocina. Válgame Dios. No podía ser más asqueroso. De comida nada. Estaba sentada con un cigarrillo entre los dedos y un cenicero sobre la mesa frente a ella. Me obligó a sentarme. Tenemos que hablar, dijo. Me conocía yo al dedillo esa frase y lo que contenía, las nefastas consecuencias que traía con ella.


     Tienes que conseguir otro trabajo, dijo.


     Mira por donde la cosa no pintaba tan mal. Me esperaba algo mucho peor. No sé, por ejemplo que, dadas las circunstancias, de ahora en adelante me obligara a sacar la basura o peor, a fregar los platos.


     Eso está hecho. Ya tengo un nuevo trabajo. El trabajo definitivo, dije.


     ¿Ah sí?, dijo no muy convencida.


    Pues sí, dije y callé en un desesperado intento de retrasar el desenlace. Pero mi esposa es como un pitbull. Una vez que muerde no suelta a su presa.


     ¿Y se puede saber qué trabajo es ese?

     Ahora me dedico a escribir. Soy escritor.


     ¿Escritor? ¿Y dónde escribes?


     Pues aquí, en casa.


     Me refiero a qué empresa te contrató. Que yo sepa después de que esta tarde renunciaras como un pajúo a tu antiguo empleo te la has pasado durmiendo a pierna suelta.


     Ah ya. Entiendo tu confusión. Es que no hay empresa. La empresa soy yo mismo, dije con seguridad y mal disimulado orgullo.


    Silencio. En el rostro de mi esposa había desaparecido todo rastro de emoción. Parecía una esfinge. Se llevó el cigarrillo a la boca y le dio una larga, larga calada. Faltó poco para que se lo fumara con una única inhalación. Al rato el humo comenzó a salir por la nariz y luego por la boca. Un vaho azul y frio me envolvió.


     ¿Y quién coño te va a pagar?, preguntó pero a mí me sonó a sentencia.


     Pues un editor supongo.


     ¿Supones?


     Un editor clarísimamente.


     ¿Y cómo pa cuándo?


     Pues eso no lo sé. Primero tengo que escribir. ¿No?


     Otro silencio seguido de un largo suspiro. Veía a la pobre desinflarse frente a mí. Apagó el cigarrillo en el cenicero. Se separó de la mesa arrastrando con suavidad la silla hacia atrás. Se alisó la falda con las palmas de las manos. Cogió el cenicero de la mesa, echó las colillas y la ceniza en la papelera, lavó el cenicero en el fregadero y lo dejó junto a los platos y la vajilla. Caminó hacia la puerta de la cocina y bajo el dintel se detuvo. Se dio media vuelta y me encaró: Yo no me casé con un vago. Un tipo sin carácter y sin ambiciones sí, pero no un vago. Esto no pienso aguantártelo. Así que te me vas buscando un trabajo ya. Uno de verdad. Me da igual lo que sea.


     Me pasé como diez minutos sentado frente a la laptop mirando la pantalla fijamente y sin atreverme a teclear la pregunta que me había planteado. Desde la pantalla Google me cacheteaba con el doodle del Día Internacional de la Mujer. Mi esposa hacía rato que había salido de casa dando un portazo. A saber en dónde estaría. Me daba igual, claro. Por mí que no volviera. Recordé la escena en la cocina y me subió una rabia gástrica por el esófago que se me atragantó en la garganta. Así que me dejé de pendejadas y tecleé mi pregunta: ¿Debo deshacerme de mi mujer?


     En mi descargo debo decir que la primera pregunta que se me vino a la cabeza en el fragor de la arrechera había sido mucho más directa y definitiva: ¿Cómo deshacerme de mi mujer? Por supuesto en ambos casos la palabra deshacerme era una puerta abierta a muchas alternativas. Pero no era el momento de ser preciso. Aún no. Puse la mano sobre el ratón. El dedo índice daba unos pequeños latigazos muy extraños, como si sufriera de un tic nervioso. Finalmente lo dejé caer como una guillotina sobre el botón izquierdo y cerré los ojos.


Esta vez el oráculo no fue tan directo como la primera que lo consulté. Supongo que fue un asunto relacionado con la ética. Pero la respuesta, seguramente, estaba allí, en alguno de los dos millones trescientos mil resultados que arrojó mi consulta. Tenía trabajo por delante. Pero ahora soy mi propio jefe, pensé. Así que me dispuse a abrirlos uno por uno. Pero primero fui a la nevera, a buscar algo que me permitiera aguantar hasta la próxima comida formal, que me prepararía mi mujer cuando volviera, arrepentida por el desplante anterior. ¿Volvería, en realidad? En otro momento ni siquiera me asaltaría la duda, pero esta vez fue distinto. El grado de arrechera que le percibí no tenía nada que ver con los mínimos zafarranchos que habíamos sostenido en el pasado. Este fue de un 8 en la escala de Ritcher de las arrecheras.

 

Mientras pensaba en todo esto, revolvía la nevera buscando algo comestible, y preparado. No estaba como para ponerme a cocinar. En realidad, detesto cocinar. Me parece una estupidez, y un gasto de tiempo y recursos. ¿Pasar dos, tres horas preparando algo que va a ser consumido en cinco, diez minutos? Arte efímero de los que haya. Qué va, eso no es conmigo. Mi búsqueda, mientras tanto, no daba resultado. Algunos vegetales en los cajones de las legumbres, potes de salsas, y jarras de agua. Muchas jarras de agua. Detrás de una de esas jarras, por fin, encontré una bandejita de anime que tenía tres lonjas de jamón. Un sándwich, eso era lo más aproximado a una comida y a la vez lo más alejado a cocinar que podía imaginar. Así que saqué la bandejita y un par de botellitas de salsa –una de kétchup, otra de “dressing ranch”- y puse todo sobre el tope de la cocina. Ahora necesitaba el otro ingrediente que hacía que un sándwich fuera un sándwich. Busqué en la despensa una bolsa de pan, que seguramente debía haber. Pero, por más que revolví, no conseguí nada que se le pareciera. Sólo una bolsa de harina para arepas. ¿Alguien me ha visto haciendo arepas? Exacto. Tuve que modificar mi plan inicial: tomé un plato, puse una lonja de jamón, la unté de kétchup, luego otra lonja, una ración generosa de dressing, y coroné con la última lonja de embutido. Un sándwich sin pan, pues. El recuerdo de la cerveza de mi sueño me estaba rondando, pero ese era un ítem que pocas veces habitaba mi nevera, así que tendría que bajar el no-sandwich con merengada de grifo. 


Con mi plato en una mano y el vaso de agua en la otra, me fui hasta el escritorio en donde había puesto la laptop y comencé a abrir cada uno de los vínculos que me presentó el digital oráculo.  El primero me sugirió: “Elimina a la amante de tu pareja con esta efectiva técnica ...”; resultó ser un sitio que promociona a una agencia encargada de “disuadir” a las amantes, con mecanismos algo atrabiliarios y al filo de la legalidad. Como ese no era mi caso, seguí buscando. Las primeras cuatro páginas de resultados no me sirvieron de nada, y comenzaba a dudar sobre la eficacia del oráculo 2.0, pero en la quinta encontré algo que me llamó la atención: “¿Cómo dejar a tu pareja?: La guía definitiva de las rupturas”. Fue como si encendieran una lámpara en un cuarto a oscuras. Una revelación, una epifanía, o una serendipia, tal vez. Estaba buscando si debería dejar a mi mujer, pero en realidad quería saber cómo hacerlo, sin poder admitirlo. Google decidió por mí, otra vez. Hice click en el enlace. Y, ante mí, apareció la receta que me permitiría salir de esa relación tóxica de una buena vez.


Asegúrate de estar seguro


¿Seguro? No, lo siguiente. Segurísimo.


Y si es seguro, hazlo


Ok…


Sé valiente, da el primer paso


No sé, creo que se me adelantaron.


Mantén la fidelidad hasta el final


Eso ya está más fácil, pretendo concentrarme en mi carrera de escritor así que no necesitaré más distracciones.


No crees falsas esperanzas


Buen dato, que sepa que esta vaina se acabó para siempre.


Piensa bien lo que vas a decir


Pues que ya está bueno, que ya me cansé de su mandoneo, y de que interfiera en mis aspiraciones.


No lo hagas por el móvil


Duh… aparte de que ella nunca revisa sus mensajes.


Elige bien el momento y lugar


El lugar: aquí mismo; el momento, en lo que regrese.


Habla de lo que tú sientes


Siento ganas de estrangularla, pero probablemente eso no debería mencionarlo.


Deja que tu pareja hable


Eso sí que no, si comienza a hablar ella nos da hasta el otro día.


Evita discutir


Eso, eso. Siempre he odiado discutir. Por eso es que terminamos haciendo lo que ella quiere.


Podéis ser amigos, pero luego


¿Amigos? ¿De esa arpía? Paso.


Después de ese baño de sabiduría, ese compendio de normas destinadas a lograr la separación perfecta, comencé a comerme el fiambre que me había preparado. Pero al darle el primer mordisco tuve que escupirlo. Algo estaba descompuesto en ese bocadillo, pero descompuesto mal. Corrí al baño, a enjuagarme la boca, a cepillarme los dientes, a sacarme de encima ese sabor a muerte que me había dejado ese infernal tentempié. Casi me fui en vómito. 


¿Sería una señal? ¿El universo estaba intentando decirme algo? Nada, esto era algo a consultarle a Google. Me dirigí otra vez a la laptop, y traté de hacer una pregunta sin ambigüedades, sin sesgo consciente o inconsciente, para determinar mis próximos pasos. 


Sabía que, para obtener los resultados más adecuados, debía formular mi pregunta con pocas palabras que resultaran clave para mi inquietud. Entonces tecleé: “hombre desempleado mujer exigente” .


El enlace que escogí, de la primera página de resultados, me arrojó esta sentencia sobre la pantalla del computador:UNA MUJER EXIGENTE ES LA PAREJA IDEAL


Carajo, lo dijo Google. 


En eso, sonaron las llaves abriendo la puerta del apartamento. 


¿Entonces, ya decidiste qué hacer con tu vida, holgazán?


Sí, cariño. Estoy actualizando mi currículum en LinkedIn, y viendo ofertas de trabajo aquí, en Google.




     

     

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