En Caracas de 8 a 5. Capítulo XI. Adiós Gringo. Luis Garmendia

Capítulo XI
Adiós, gringo.


El Castillo de los Mendoza vino a la mente del capitán Adolfo Antolín y no pudo evitar sonreír con nostalgia. Ese había sido el último paseo de la mano de su padre en España, días antes de que viniera a encargarse de la tasca que había hecho millonario a su abuelo en este país de tanqueros, apetitos solventísimos y compañeritos de clase que le decían el gallego, sin que él -madrileño, como toda su familia- pudiese explicarse el porqué. Algo de irremediablemente burlona (y culpable, porque ya Antolín se sentía más venezolano que Madrileño y definitivamente muchísimo más que gallego) tenía también su sonrisa, porque la imagen de la fortaleza que había evocado a la de los Mendoza, era poco menos que imposible: un alcázar colosal y confuso, de dimensiones  a las que ni Felipe V se había aventurado por estas latitudes en el mejor de sus ánimos. Algún hombre de fortuna, de los tan frecuentes por estos lados, tuvo la visión de incrustar una gran tajada de medioevo en un risco en Las Salinas, quizás para vivir en él, quizás para alguna iniciativa turística rocambolesca. En todo caso, la construcción había nacido en el abandono, según se dice porque todos los ingenieros, excepto el constructor, se percataron del lo inconveniente  del risco para la mole y se le negó el permiso de habitabilidad. “Un castillo tembleque, no joda. Las paredes de un castillo son hechas para la sangre y el fuego,” -pensó Antolín- “Las de este parece que fueron hechas para el mal gusto y el delirio. El Castillo de Las Salinas no va a ver corte, ni sangre, ni fuego”, ironizó para sí y se dispuso a las maniobras de atraque de su tanquero, el Murachí, en el muelle de la planta hidroeléctrica de Tacoa. Debía trasegar 15.000 litros de combustible para que Tacoa siguiera haciendo funcionar la frenética vitalidad de Caracas.
- Yo creí que te ibach a ir para el incendio- dijo Carlo Giusto.

- Iba -respondió Roger Troncone- Pero Mr. Kee me dijo que no. Que me quedara contigo celebrado que pasaste el semestre. Es la primera vez que no lo acompaño desde que estoy en el grupo de rescate. Hablé por radio con él hace un rato. Me dice que estuvo feo, muchos trabajadores murieron y hay muchos más heridos. Ellos no han hecho mucho, fueron en lancha previendo que hubiera heridos en el agua, pero no ha habido ninguno.

- ¡Hey, James, ya deberíamos ir a ayudar a la costa, el agua está limpia!

- No, Emilio, nos pidieron que estuviéramos aquí y aquí nos quedamos. Demos otra vuelta. Algo me dice que esto no se va a acabar aún.

- Te prometí que cuando pasara el semestre lo íbamoch a celebrar con par de Club House  de pollo. Lo prometido ech deuda.

- Me dice Mr. Kee que los de aquí son los mejores. Ese sí sabe de sánduches.

James Kee había llenado los recuerdos de Roger de momentos agradables. Antes de que las simpatías del gringo se volcaran sobre él, lugares como la fuente de soda Glacial, en la urbanización Las Fuentes, había sido otra vitrina inexpugnable de El Paraíso. En su primera visita, los mesoneros llegaron a apostar a quién ganaría la batalla entre el hambre asombrada de Roger y la gula refocilante de Kee. La mayoría daba al catire como ganador porque quizás había sido el comensal más grande y rubicundo que habían tenido jamás, y esa condición exótica fue muy atractiva para las apuestas. El David de La Vega los desbancó cuando después de una ración de tequeños, un Club House, un sánduche de pollo frío y tres merengadas, comentó: “hace falta como un helaíto”. “Fuck you!” se rindió Kee y lanzó una de sus risotadas.
- ¡Qué raro ech  Mr. Kee. Con todo ese dinero y arriechgándoche en grupoch de rechcate!

- Es que tendrías que estar en esa vaina para saber lo que se siente. Yo tengo que agradecerle muchas cosas a Mr. Kee: Me sacó de ese sueño loco de ser dibujante famoso, me pagó un oficio, me dio trabajo haciendo mantenimiento a los equipos del grupo de rescate…hasta me pagó una orgía para celebrar mis 18 años…Pero lo que más le agradezco es que me convenciera para meterme en el grupo de rescate. Tienes que vivir la adrenalina que se siente cuando te arriesgas para salvar a alguien.

- Echo no va conmigo. Yo pacho.

- Yo creía que tampoco conmigo. Pero es que sientes que tú vales la pena. Cuando encuentras a alguien herido en el Ávila o cuando llegas a un accidente y la gente te visualiza como si fueras un ángel… Entonces yo recuerdo a todos los pendejos de bachillerato que se metían con nosotros y les digo: ¡yo estoy haciendo esto, yo estoy salvando a alguien, bolsas! 

-“¡Mierda! ¿Qué fue esa vaina?”, grito Emilio tras la explosión. Sintió una sombra fugaz sobre su cabeza y vio cómo un enorme objeto circular caía en el agua muchos metros al norte de la posición de la lancha.

- Explotó otro tanque- dijo hierático Kee, observando petrificado la bola de fuego al lado del castillo de Las Salinas y un río de petróleo en llamas que comenzaba a avanzar hacia las casas de la colina próxima a los tanques.

- No te voy a decir que no me da miedo. ¡Dígame la primera que me lancé en buunge! O más bien que me lazó. Él decía que vencer esos miedos era vital para el entrenamiento, Me puse el arnés y me paré en el borde del puente. Entonces Kee se puso frente a mí y me preguntó: “Honestly , estás decidido a lanzarte? Aunque yo sentía un gran comprometíiento  hacia él, quise serle sincero. “No, Mr. Kee tengo miedo y no me quiero lanzar. No voy a hacerlo. “Está bien Roger, como tú digas, me contestó. Entonces el loco ese gritó  “death a taxes” y me metió un empujón.

-¡Móntense, rápido!- urgió Kee a la gente en la orilla de playa que intentaba escapar del río de fuego que se les venía encima y no dejaba más salida que el mar. Subieron en tropel y su número comenzó a hacerse excesivo para las posibilidades del bote, pero el gigante Kee desalojó a varios a empujones y manotazos y se hizo a la mar- Vuelvo por ustedes- prometió la los que había tenido que dejar.

- Todo pasó muy rápido, Carlo. Ves los árboles y el monte como una sola mancha verde a los lados y sientes un vacío muy arrecho. Después como que hay un tranquilizamiento  y todo se hace más lento, lo ves muchísimo más lento y te sientes seguro. Tienes la sensación de que sabes lo que estás haciendo y actúas con seguridad. Esa misma sensación la tienes en los momentos peligrosos de un rescate. Ese gringo sabe su vaina. hay que pasar por ahí para tener esa sensación que ya no te abandona más nunca cuando la necesitas.

- ¡Ya no podemos volver, James, el fuego tomó el agua de la costa! ¡No podemos pasar!

- ¡Esa gente se va morir quemada, tenemos que volver!

- Te veo como cherio, Roger. ¡Coño, estamoch chelebrando, y en tu lugar favorito!

- Coño vale, no te lo tomes a mal. Después de lo que hemos pasado juntos tú y yo, claro que me tengo que alegrar con que pases otro semestre. Nadie daba medio por nosotros, de bolas que quiero celebrar. Lo que pasa es que yo quiero estar con Kee si me necesita. Le debo mucho al viejo. Lo del incendio de Tacoa es más serio de lo que se dijo al principio.

-¡Coño, Kee, que no podemos hacer nada!  ¡Nos vamos a quemar si intentamos pasar esas llamas, maldito loco!

Death and taxes!- gritó James Kee, empujando a Emilio fuera del bote en aguas seguras; le tiró un flotador y puso la proa hacia las llamas a todo lo que daba la lancha.
- Yo habría querido estar ahí, Carlo.



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