En Caracas de 8 a5. Capítulo VI Kriga, bundolo. Luis Garmendia

Capítulo VI

Kriga, bundolo.

“¡Kriga, bundolo, Tarzán bundolo, numa!”.  Con este grito de guerra, el heredero al título de Conde de Greystoke, o Tarzán a secas, en el suplemento serie Avestruz de la editorial Novaro, despacha al tosco protohombre, derroca su gobierno  y restituye el trono de Jalur - en la mejor tradición británica- a sus aliados, los inexplicablemente caucásicos  rey Sandor y  Luala, su prometida. Así termina la aventura Tarzán y el hombre de Jalur,  pero para Roger Troncone, la fantasía continúa hasta el cupón de la contraportada: un dibujante de traje, corbata y vistoso reloj pulsera, blande un carboncillo y promete el camino hacia el éxito. De su mesa parte un abanico de tiras cómicas que enmarca el texto de invitación: “Aprenda dibujo de historietas, no importa su edad. Con el infalible método moderno de Continental Schools ganará dinero mientras aprende.” El método moderno de Continental Schools sería el portal por el que Salkran saldría de la imaginación de Roger y llegaría a este mundo, al menos como personaje de viñetas, para hacerlo famoso y próspero.


Salkran solía acompañarlo en los momentos más difíciles. Pensó en él por primera vez a los ocho años, una semana después  de que su mamá decidió no regresar nunca más a casa y dejarlo con su padre. Lo visitaba en su cuarto todas las noches, mientras el viejo Troncone llegaba de hacer trabajos adicionales para Mr. Kee. Salkman, tendría unos cuatro  años más que él y una musculatura seguramente dibujada mediante el infalible método moderno de Continental School. Roger lo creó como un niño explorador que se había extraviado en el Ávila y había aprendido la vida en la selva y el lenguaje de los monos; kriga, bundolo, tarmangani. Salkran numa. Vestía únicamente un pantalón de explorador desgarrado y llevaba un pañuelo multicolor al cuello, al igual que Roger cada vez que lo acompañaba en sus aventuras en la montaña, luchando contra animales y contra las momias que- según le dijo su maestra una vez- habían sido creadas por un médico loco en lo profundo del bosque avileño. Desde entonces, Salkran había sido su mayor secreto, porque está bien que un niño de ocho años pase horas imaginándose esas aventuras, pero no un joven    bastante mayor, con camisa azul de bachillerato, como ya venía siendo su caso desde hacía tres años.

Aunque las aventuras siempre ocurrían en horas de la noche, Salkran de alguna manera lo acompañaba durante el día en los momentos de angustia, cuando por ejemplo, debía enfrentar ante la mirada de todos, esos monstruos nebulosos llamados polinomios. Mientras estaba parado en la pizarra del salón de clases, con la tiza en la mano, sin saber qué hacer frente a esas líneas de números y letras, indefenso ante el “¿entonces Troncone?” de su profesor de matemáticas y las cuarenta miradas expectantes, murmuraba en voz muy baja, bundolo, bundolo y tomaba una liana al lado de Salkran para irse a esconder por los lados de las cimas occidentales, lejos del polvo de tiza y las risas maliciosas. Salkran le daba la fortaleza para atravesar de nuevo el salón desde la tarima frontal al mundo rebelde y desahuciado de los pupitres del fondo, mientras Valdimir Lugo se levantaba del suyo, primerísimo en la fila, cerquitica del cupo en la Universidad Simón Bolívar y despejaba el enigma.
-Yo lo que voy a hacer es una historieta arrechísima, Carlo. A Salkaman lo van a meter hasta en la Liga de la Justicia- Comentaba Roger a su único amigo del colegio, mientras caminaban la larga distancia que los separaba de los dos grandes pabellones que habían surgido precipitadamente en el corazón de la urbanización El Paraíso, en medio de debates sobre corrupción en el manejo de los fondos que se asignaron para ello,  del entusiasmo nacional por la celebración de los juegos Panamericanos en Caracas y por la arrolladora actuación  de los atletas Venezolanos. Panamericanos 83, compromiso de todos, compromiso de usted- Yo voy a ser famoso con Salkran y voy a vivir en Montalbán. ¿Oiste? En Montabán voy a vivir, la india esa me va a ver cruzar para allá todos los días- dijo, señalando a La India de El Paraíso, un monumento creado por el escultor Eloy Palacios que informalmente cumple funciones de frontera. La India ve confluir el popular barrio La Vega con El Paraíso y la urbanización Montalbán, como lo hacen los ríos Orinoco y Caroni, con perfecta diferenciación de sus aguas, con colores distintos indispuestos a amalgamarse, a reconocerse en una misma cosa. De La Vega muchos quieren salir, de Montalbán no. Por alguna razón, la gente de Montalbán crece, se casa, compra nuevo apartamento, tiene hijos y muere en Montalbán. Todas las noches, desde su casa en el cerro de La Vega, Roger Troncone escogía el Penthouse que compraría en Montalbán, una vez que el éxito editorial de las aventuras de Salkran fuera un hecho. Entre tanto, ganaría dinero mientras aprendía con el infalible método moderno de Continental Schools.

-¡Coño, la mataron, la mataron! - dijo Oneida sentada en el piso, con el occipital apoyado en la pared y las manos presionando la sienes.
-¡Ay, pero no se adelanten, caramba!- serpenteó la vocecita de Gladys en el silencio del cuarto amarillo.
-¡Bueno, señores, hay que hacer un planificamiento! En cuanto sintamos que vienen, ¡a empujar los archivadores!

Cesar no tenía idea de cuántos años de desprecio contenido y alguna forma de temor le había inspirado Roger Troncone, pero esa mezcla de sentimientos y emociones se estaba reacomodando en él muy rápidamente. El miedo había desaparecido y el desprecio era una especie de contemplación piadosa. Se levantó lentamente, puso su mano sobre el hombro derecho de Troncone y le dijo, “Roger, hijo, esa puerta abre hacia afuera. Ellos la va a abrir, van a encontrar los archivadores puestos como obstáculos, van a disparar por sobre ellos o a través de ellos, porque no son capaces de detener una bala, y nosotros, muy consecuentemente, nos vamos a morir. En ese momento, ¿cuál sería la siguiente parte de tu plan?”  X2- 2X3- 11X2+30X-20 : X2 +3X-2. Bundolo, bundolo. Troncone se fue a la pared de fondo y se sentó en el suelo.

- Hay que hacer algo además de interponer los archivadores. Si pudiésemos saber qué está pasando, quizás se nos ocurriría alguna idea sensata- dijo César.

-Y entonces, me voy a morir aquí…- murmuró Oneida mientras las paredes del cuarto recuperaban su lustre, la mayoría de los archivadores desaparecían y la bolita de polvo era despedida de la rejilla del aire por un poderoso torrente frío. El doctor Omar Zamora le ofrecía la silla del flamante escritorio que acababa de asignarle en el recientemente acondicionado nuevo anexo de la notaría, “esta oficina va a ser para ti solita, negra”. El Dr. Zamora -el loco Zamora- había cultivado su apodo con una variedad de excentricidades que incluía la lectura de sus poesías en los momentos de café, una defensa exaltadísima de sus puntos de vista, una cultura general muy robusta  -pletórica de anécdotas insólitas- y el uso consecuente de corbatas de lacito. Todo eso había cautivado a una joven Oneida. “ Aquí nadie nos va a molestar. Mandé a instalar esa puerta que aísla todo el ruido para poder concentrarnos bien en el trabajo”. Los ojos de Zamora eran dos esmeraldas atrapadas en sendas redes capilares de un rojo vibrante que solo puede lograrse con una perseverante afición al trago. Estaban enmarcados en una cejas desmesuradas, gruesas y largas, que acentuaban la expresión del deseo en su rostro y mantenían a la mirada de Onieda atrapada en la suya. “Te traje este reproductor para que trabajes con musiquita”, sacó un casete del bolsillo interno de su chaqueta, lo puso en el reproductor y José Luis Rodriguez -El Puma- desafió a Oneida a atreverse a cruzar el Jordán.

-¡Coño, el reproductor, el reproductor, César!

-¿Qué te pasa, Oneida?

-¡Yo trabajé aquí muchos años y había un reproductor . Nunca vi que nadie lo sacara, tiene que estar aquí!

-¿Quieres que escuchemos musiquita?- ironizó Troncone.

-No, pendejo; noticias. Saber qué coño está pasando.

-¿Y tú crees que un atraco es noticia en Caracas?

-La verdad, Troncone, no perdemos nada con buscar- interrumpió Cesar.

“Bueno, Carlo, no pierdo nada con pedírselo, tocar la puerta no es entrar. Mr. Kee es muy buena gente conmigo. Además, le puedo pagar trabajando en su casa. “¡Dígalo ahí!”  Carlo Giusto no podía decir otra cosa sino “ta dicho”; estaban unidos por la irreductible solidaridad que genera el fracaso compartido. Carlo no era más talentoso que Troncone, aunque sí más obstinado y optimista. Sustituía las eses por las ches y caminaba sobre la punta de sus pies, muy inclinado hacia adelante, como si definitivamente encajara en el mundo desde un ángulo incorrecto. Ninguna derrota académica era capaz de persuadirlo de modificar su sueño de ser ingeniero petrolero, ni siquiera la infligida por el experimento de genética con las moscas de la fruta, en el que el cultivo se contaminó con hormigas, y Carlo reportó frente a la clase y a la profesora haber encontrado “un chincuenta por chiento de mochcas ojos rojos, un ventichinco por chiento de ojos blancos y un chincuenta por chiento de hormigach”, fenómeno que atribuyó a una “mutachón”. Troncone, que era su compañero de equipo ni siquiera abrió la boca en la exposición, porque hasta él podía comprender lo inconveniente de usar esa hipótesis científica como recurso. Mejor callarse y aguantar el chaparrón, bundolo, Sarkan kriga.

-¿Y cuándo che lo vach a dechir? 

- Pasado mañana, me invitó a la final de tenis.

- Yo no entiendo eche deporte. Los puntajes chon muy raroch.

- Yo nunca he visto un partido, pero todo sea por Salkran.

- ¿Y de verdad, vach a dejar los estudioch por el dibujo

- Yo nací para esa vaina, Carlo- dijo Roger, ya aprisionado en la fila de personas que entraba al parque Naciones Unidas como una procesión lenta y sofocante.

- ¿Ya como que se dañó el aire? siento que no hay aire.

- Tranquila Sra. Gladys. Sí está entrando, lo que la está sofocando son sus nervios y que nos hemos agitado mucho. Vamos a calmarnos. Encontrar el radio no es tan complicado; todas las cajas que están al frente son de archivos. Las cosas de la antigua oficina tienen que estar en esas de atrás.

El mudo Calderón apartaba cajas con movimientos rígidos, mecánicos. Todas parecían flotar en sus manos con la misma facilidad. César pensó que la fuerza de Calderón, podía ser un arma a favor de los rehenes. El problema era sincronizar su actuación en algún plan; era un hombre impredecible y hasta ahora, su reacción ante los secuestradores había sido un griterío aterrorizado y una absoluta sumisión. Por el momento le habían sacado el mejor provecho posible, haciéndole disponer la barrera de archivadores en la puerta y mover las cajas necesarias para exhumar el  radioreproductor. Había consentido a hacerlo porque lograron persuadir a la señora Gladys para que se lo pidiera; era una especie de Golem bajo su control. Calderón retiró unas ocho cajas que cubrían un baúl, lo abrió introdujo las manos y con un graznido levantó sobre su cabeza un radioreproductor Sony. 

Más de 600 personas habían logrado hacer algo de silencio, luego de una algarabía muy poco frecuente en el Caracas Racquet Club. “Entonces, Mister, ¿me puede prestar para el curso?” “¡Shhh, Roger, ya va!” Iñaki Calvo rebotaba la pelota contra el piso por última vez para hacer su saque, lograba un as para ganar la final de dobles mixtos panamericana junto a Nuria Alasia, y el público de nuevo estallaba en gritos. James Kee festejó el triunfo con el mismo entusiasmo con el que había celebrado los de Jimmy Connors. Siete años en Venezuela le habían bastado para encariñarse con el país y sus costumbres; se hizo un hombre de playa, pesca en peñero, salsero asiduo, bebedor de tercios Polar, fanático de las reinas pepiadas y hasta llegó a ensayar la impuntualidad. Sus amigos estadounidenses solían preguntarle por qué había decidido hacer vida en ese país enclavado en ese territorio indiferenciado que suponían al sur de México. “En primer lugar, mi salario es astronómico si lo comparo a uno de un cargo equivalente allá, prácticamente libre de impuestos, no hay nada que sea demasiado caro para mí y, lo más importante, un domingo puedo estar de la playa en mi casa en cuarenta minutos, cubriendo el trayecto en mi jeep descapotado, sin camisa, con una cerveza en la mano y una cava con otras cuantas más en la parte trasera del carro.”. La victoria de Calvo y Alasia, había puesto a Mr. Kee de un excelente humor, invitó a Roger a Comer una pizza en El León, mientras él daba cuenta de unas ocho cervezas muy veloces, a cuyo efecto embriagante parecía ser inmune. “Yo te dije que de niño jugué contra Jimmy Connors, din’t I?  Él era un niño también, of course. Jugamos en un club en California donde…” Mr. Kee abrumó a Roger con detalles de un deporte incomprensible para él y con la vida de Jimmy Connors, un atleta de quien Troncone no tenía idea, ni lograba hacérsela en medio del torrente de anécdotas sinuosas que siempre conducían a lugares incomprensibles, como Grand Slam, tie break, Match Point o Wimbledom. Roger debía usar toda la paciencia de la que era capaz para contener la reiteración de su petición, bundolo, kriga. Entonces, James Kee sonrió dulcemente y le dijo: “mira carajito (Ya Mr. Kee había logrado inclusive desarrollar una muy competente ere española), yo sé que estás loco por el curso de dibujo. Yo no estoy dispuesto a prestarte el dinero, te lo voy a regalar. Pero quiero que te tomes dos días para pensar algo. Ya tu padre me ha dicho que los estudios van muy mal. No te preocupes por eso, no todos tienen que ir a la Universidad. Pero sí todos tienen que tener un oficio que les permita ganarse la vida. Así que quiero que en esos dos días pienses en algo: el dinero te lo voy a dar una sola vez. ¿De verdad, crees que vas a poder llevar a ese personaje tuyo - Salkran- a la fama? ¿Tienes ideas de cuántas personas han pensado en una historieta, una novela, el guión para una película…y sabes cuántos lo han logrado? En el terreno de la creatividad las semillas pueden crecer mucho, pero son muy pocas las que germinan.  Si quieres jugártela con tu sueño, yo te respaldo, adelante. Pero si tienes dudas, te tengo otra opción en la que he venido pensando para ti. Hay una academia muy buena que enseña rápido y bien oficios metalúrgicos o electrónicos, yo te la puedo pagar.”

Bundolo, bundulo, bundolo, Salkman kriga…numa.

- No enciende, esta vaina está mala- dijo Oneida, luego de conectar a la electricidad y jamaquear y golpear inútilmente el Sony.
    - Es demasiado viejo -suscribió César.


Entonces, Roger Troncone se hizo espacio entre las cajas regadas y les dijo lacónicamente: Yo sé arreglar esas cosas.

Comentarios

  1. En esta novela "coral" (memorioso tributo a aquella #caracas), disfruto yo especialmente el personaje de "míster Kee", representación de aquella legión de "musiúes" que disfrutaban "veneZueLand", saboreándola de todas las maneras posibles...

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