En Caracas de 8 a 5. Capítulo VII. Con memoria Alfanumérica. Luis Garmendia



Capítulo VII
Con memoria alfanumérica.

¡Azúúúúúúúúúúúúúúúúúúcar!, gritó Celia Cruz desde las profundidades del Sony.¡Ya funciona! ¡Bájale el volumen, que nos van a escuchar! ¡Esos carajos no pueden oírnos! ¡Se apagó! ¡Kimbarakimbarakirakinbamba, Kimbarakimbarakirakinbamba! ¡Hay que buscar noticias! ¡Dejen trabajar a Troncone! ¡Se volvió a apagar! ¡Kimbara! ¡Revivió!

Shut up!  ¡Yo sé hacer mi vaina, carajo!- Gritó Troncone, confiado, perito, primer lugar en su curso de electrónica, amigo traidor de Salkran. Luego sacó una goma de mascar de su boca y, parsimoniosamente, rodeó con ellas dos cables que debían  permanecer aislados. “Está listo”. 

“¿Quedará alguna emisora que dé noticias?” Se preguntó a sí misma Oneida en Voz alta, y Troncone comenzó a acariciar algunas piezas del Sony, que ya le obedecía ciegamente, hasta que la señal de Radio Rumbos llegó al radio y llevó al cuarto amarillo el franco reclamo de una voz varonil y contundente a una mujer: ¡asesina, asesina, bandolera, sinvergüenza, mala espina, traicionera! “Era una voz del carajo, chico, una aproximación única. No era la voz correcta, ni el estilo equilibrado de Felipe Pirela, que parece una vaina sacada del clasicismo. Tampoco la cosa aterciopelada de José Luis Rodríguez. Este carajo, se paraba a cantar y era a sentar de culo a todo el mundo. Una vaina potente, un torrente de metal líquido y, coño, un estilo que no se había visto nunca.”

- Sí, yo me acuerdo, German Fernando, Renny lo presentaba a veces- suscribió el Dr. Garrido desde la barra- era un carajo arrecho.- El Dr. Garrido había sido compañero estudios del Loco Zamora e impartía clases de Derecho Romano en la Universidad Santa María. Con su calva de monje, cejas gruesas y arqueadas, nariz alargada,  profundos surcos nasogenianos y sus ojos grandes y saltones, tenía cierto aire a los personajes que la televisión y el cine nos han hecho imaginar como doctos romanos. Era también la única voz dentro del castillo que podía suscribir o contrariar las opiniones de Zamora, quien imperaba en la mesa central de aquel alcázar con muralla frontal, dos torres y un cañón de hojalata  apuntando hacia el este por entre las almenas, como esperando una invasión filibustera que, en lugar de tomar el camino de los españoles, iba a venirse derechito por la autopista Francisco Fajardo, ansiosa de saquear las cavas de la Cervecería El Torreón; ese formidable baluarte kitsch enclavado en la Avenida Páez de El Paraíso.

- Él también componía, y se las ingeniaba para conseguir unos arreglos muy buenos, futuristas de bolas.

- Yo no lo conocía - dijo la joven Oneida, sentada a la derecha de Zamora, incrustada en el grupo de conversadores usuales, bastante mayores que ella, en su mayoría abogados graduados; una condición que lucía como un obelisco desde su posición de estudiante de primer año de Derecho.

- Casi nadie, amor -le respondió Zamora, frunciendo el ceño mientras sonreía, adquiriendo la expresión del demonio que se había hecho de su alma desde hacía un par de meses- El tipo tenía problemas de comportamiento, quizás problemas mentales. Tuvo una juventud disoluta y , ya como artista, al parecer era impredecible. Por eso, se disipó de la escena, al igual que su trabajo. ¡Nada más Alfredo Churión y los dueños de esta vaina pueden tener una cinta de ese carajo! Garrido, dile ahí al chamo que lo ponga otra vez.

- Mauricio, ¡vuélvemelo a poneeeeeeeeeeeeeeeé! - bromeó Garrido e hizo desaparecer su trago de un tirón, como si se tratase de un gesto alegórico a Germán Fernando.

Desde un rincón de la barra, otro de los asiduos a El Torreón, quién había escogido el sitio como lugar para abstraerse diariamente en un crucigrama eterno, y que por alguna extraña razón encontraba en esas conversaciones escandalosas un acicate a su concentración, preguntó: “Dr Zamora, ¿Cuál es la capital de Bután?”

- ¿No es Timbú la vaina?

 -Sí, Timbú es…cinco letras.

-¿Cómo sabes tú esa mierda, coño?- Preguntó Oneida impresionada.

- Mi amor, tú estás aquí sentada con el grupo de expertos en guevonadas inútiles más arrecho de este país. Por cierto, se me olvidaba. - el loco Zamora sacó de su maletín una cajita y la puso frente a Oneida “Feliz cumpleaños, negra”.  “¡Na guevoná!”, dijo con una sonrisota Garrido, mientras Oneida sacaba un teléfono celular negro, de unos 12 centímetros de alto por cinco de ancho, con una pantalla más alta que las comunes, dotada además de una facultad única: la capacidad de albergar textos. 

- ¿Ese es el Elite? -preguntó el muchacho del crucigrama.

- El mismito- Respondió Zamora y se explayó en un canto a la elegante pieza tecnológica, para la fecha no solo única con teclado alfanumérico, sino además singular en su capacidad para vibrar al recibir una llamada y reconocer el nombre de quien llama, siempre que esté registrado en el novedoso directorio. “Un aparatico hermoso y avanzado. Si te lo metes en un bolsillo no se nota. Voy a programar mi número en el botón uno, lo pisas negra y ahí me tendrás”. Le dijo a Oneida mientras le daba muy cerca de la oreja un beso ya demasiado embriagado, salivoso y torpe como para ser grato.

El Elite despachó satisfactoriamente sus atributos de calidad durante todo un año: elegancia, discreción, capacidad para propiciar oportunidades de ufanarse. Todas, excepto garantizar la promesa de disponibilidad jurada sobre el número uno del teclado alfanumérico. Particularmente aquella mañana en la que Zamora no había llegado faltando dos minutos para la intervención, en la que contestó solo después de más de una hora de insistir  y respondió en una clave no descifrable para su esposa, pero cruelmente locuaz para Oneida: “No, Garrido, no voy a poder ir, tengo una complicación aquí en casa. Pero vayan comiendo ustedes, que yo voy a hacer todo los posible por acercarme en la tardecita”.

- ¿Va a venir su acompañante, ya estamos sobre la hora?

- No , no vendrá.
- ¿Suspendemos, entonces. Es un procedimiento fuerte, no debe salir sola.

- Dele doctor, que yo resuelvo. Deme un minutico para ver si puedo pedirle a una amiga que venga.

Pim, pom, pom. Las tres notas en la marimbita del locutor trajeron Oneida a la realidad. “La zona ha sido acordonada por la policía y no hay tránsito a la altura de la intersección de la San Martín y la Santander.” Pim,pum - interrumpió la marimbita- “Unidades de la Brigada de Acciones Especiales se dirigen hacia la zona. Seguiremos informando”. Pim, pom,pom. “Continuamos con nuestro programa especial: una hora ininterrumpida con Lila Morillo, celebrando sus sesenta y un años de vida artística”

-¡Coño de la madre! ¡Cómo si no estuviéramos lo suficientemente jodidos, una hora con Lila Morillo! ¿Vamos a estar una hora sin noticias de este peo por esa vaina?

- Calma, Oneida- dijo César. Yo creo que hay buenas noticias. Por alguna razón, parece que  la Brigada de Acciones Especiales viene para acá. Ahí todavía queda gente que sabe lo que hace y puede que esto no termine con una plomamentazón loca. Vamos a terminar de mover los archivos para dificultarles la entrada.

- ¡Los archivos un coño, Cesar! Tú mismo le explicaste a Troncone que eso es una pendejada, igualito pueden dispararnos. Y con saña, porque van a estar arrechos por la paja de haberlos puesto. ¡Ya estoy harta de cruzarme de brazos a ver qué pasa! ¡No le voy a confiar mi vida a una vaina que desde el principio sabemos que va a fallar! Miren, esos malandros son unos cocosecos, unos pendejos que están más cagados que nosotros: nos dejaron aquí, sin amarrarnos, sin revisarnos bien, en completa libertad para hacer cualquier cosa para defendernos. ¿Y nosotros no vamos a hacer nada? ¡No me jodas!. Lo único que nos mantiene presos es una puerta cerrada y la incertidumbre de saber qué está pasando del otro lado. ¡De verdad, podemos inventar cualquier vaina!

- ¡Lo que es el no saber, caramba!- lamentó la señora Gladys- Uno ni siquiera sabe cuántos son los ladrones.

- Yo vi dos- Respondió Oneida categórica- Uno me empujó y el otro le dio el cachazo en la cabeza a César. Son dos carajos. Tenemos que encontrar la manera de enfrentar a solo dos carajos.

- Y podemos hacerlo uno por uno- dijo César.

- ¿Cómo así, my doctor?
- Esa puerta es nuestras Termópilas.

- ¿Cómo? No se ponga con vainas latinas de Derecho, que no estamos para eso- reclamó Troncone.

El pasillo es muy angosto y solo pueden pasar uno atrás de otro. Por unos segundo, justo antes de llegar a la puerta se tienen que poner uno atrás de otro. Para nosotros eso es más ventajoso que tener que enfrentar dos tipos en distintos lugares.Además, si jodemos al primero muy rápido, tenemos el factor sorpresa a nuestro favor con el segundo.


-Ajá doctor, ¿y con qué los vamos a enfrentar?

- Mira, Troncone- dijo Oneida, señalando a una caja que había quedado descubierta durante la búsqueda del radio.



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