En Caracas de 8 a 5. Capítulo uno. Luis Garmendia.



En Caracas de 8 a 5

CAPÍTULO 1
Techo e vinil

Detenido en la mitad del túnel, César Marino intenta evadir el peso. La señora, de unos cien kilos, se había dormido profundamente, como si la parada del Metro antes de llegar a la siguiente estación la hubiera fulminado sobre su hombro, encapsulando su cuerpo menudo en el pequeño espacio del asiento que aún logra ocupar,  sofocándolo con olores de condimentos y humedad. Atrapado bajo el aluvión adiposo, le cuesta mover el brazo para intentar algún codazo u otro recurso físico más eficiente que sus respetuosos “¡señora, señora!, ¡señora, despiértese, por favor!”. Frente a él, en ese espacio sin distancias, un niño viaja de pie junto a su padre y se ríe viéndolo fijamente a cinco centímetros de su cara; deja escapar un eructo y luego ríe con más fuerza.

Un pequeño estremecimiento del cuerpo de cien cabezas que habita el vagón, anuncia la continuación del viaje.  El peso se hace mayor por la inercia justo en el momento en que Marino intenta escapar del asiento para bajarse en la estación. Coloca su mano izquierda en la cabeza de la señora para evitar que se golpee una vez que pueda levantarse, e intenta escabullirse entre el niño de enfrente y el panel que delimita el asiento. Justo en el momento en que logra escaparse según el plan, el Metro da un pequeño frenazo antes de abrir sus puertas y Cesar suelta la cabeza de la mujer para asirse a un tubo. Escucha el golpe seco contra el panel en el momento en que parte del monstruo de las cien cabezas comienza a filtrarse a través de la puerta y lo arrastra. Ahora sus movimientos están gobernados por el cuerpo unánime que avanza hacia las escaleras hasta, finalmente, emerger en la  avenida San Martín, donde se deshace en individuos silenciosos.

La estación Artigas no es la más cercana a la notaría donde ha trabajado durante los últimos veinticinco años, pero le gusta hacer a pie el trayecto desde ahí  porque creció en esas calles. Recuerda la inauguración del Metro, los golpes rítmicos que asentaban las bases de los centros comerciales enfrentados en la avenida, la emoción de verlos emerger como la promesa de una nueva vitalidad. Durante unos tres años, antes de que todo saltara en millones de vidrios rotos en medio de un sacudón social, el camino de su casa al colegio, el mismo que recorre ahora, se abría paso a través de los signos de una transformación vibrante. No puede encontrar ya ninguno de ellos; los dos centros comerciales le hacen pensar en dos colmenas resecas, en dos grandes depósitos divididos en casillas blindadas, inconexas e incoherentes, sitios arqueológicos que hablan de una ciudad impedida.

Se detiene a comprar el periódico en el quiosco frente a las láminas de hierro que defienden lo que alguna vez fue la formidable vitrina de la librería Brújula, donde solía esperar el autobús que lo llevaba a la universidad, mientras curioseaba  ese pasaje a la modernidad, comics españoles, aventuras de Ásterix, revistas actuales, modelos de barcos de guerra y autos deportivos. Nunca debió esperar más de diez minutos por el autobús de Gramovén; un colectivo que, como muchos otros, cubría largas rutas y contribuía a conectar la ciudad en muchos sentidos. Si tenía suerte, lograba compartir parte de la ruta con el hombre del mentol Apache: un viejo que abordaba una o dos paradas después con su espectáculo de mercadeo callejero:

“Señoras, señores, les ruego un minuto de su precioso tiempo: La casa Apache, la casa que pierde y ríe, ha lanzado al mercado su producto, el mentol Apache.

Mentol Apache contra el resfriado; mentol Apache, para dolores musculares u óseos; mentol Apache, para las quemaduras de sol; mentol Apache, para dolores de cabeza; para la juventud que se levanta, mentol Apache, contra barros y espinillas.

La casa Apeche, la casa que pierde y ríe, ha lanzado al mercado su producto, el mentol Apache, por la módica e irrisoria suma de cinco bolívares. Mentol Apache, es una cajita que no estorba en ningún lado.

¿Quién dijo Mentol? ¡La señora dijo mentol! ,¡El joven del fondo dijo mentol!, ¡El señor dijo mentol!”

-¿Quién dijo que tenías que venir todos los días en tacones? No, chica, puedes traer tus sandalias bajitas, lo único es que no puedes venir en blue jeans. Yo sí vengo en corbata porque considero que soy la primera imagen que la persona encuentra en la notaría, the first person. Que la gente sepa que está en un lugar serio, con gente seria, que formaliza decisiones serias. Aunque ahora que lo pienso, de repente a ti te va a tocar suplirme mientras llega alguien más, porque yo estoy prácticamente ido a la empresa privada; si es así, de pronto sería bueno que te vinieras con tus taconcitos mientras tanto.

- ¿Y, bueno, disculpe mi ignorancia, pero cuáles son sus funciones, Sr. Troncone?

- La exactitud, Carmenhemberg. Notaría es exactitud y yo me ocupo de eso; de que no haya el más mínimo error en ningún documento, del correcto procesamiento de toda la parte de lo que viene siendo sellar el documento. Dejarlo en la condiciones óptimas para que el abogado ponga una firmita y ya. Ellos ni ven. Déjame presentarte a Oneida , que sería la persona cuya asistencia tú vas a hacer mayormente. Y, por cierto, perdona la confianza y el trato tan aperturado, pero ¿ese nombre tuyo es de origen tritónico?

- ¿De origen, perdón?

- Tritónico, tú sabes, alemán.

- Ahhhhhhh,no,no. No es teutónico, es compuesto. Mi papá siempre estuvo muy enamorado de mi mamá, que se llama Carmen y la cortejaba cantándole canciones de un cantante llamado Engelbert Humperdinck, entonces me puso Carmenhemberg.

- Muy bonito, muy bonito. Bueno, acompáñame. Oneida está en el piso de arriba.

Troncone se puso de pie, ajustó su corbata de bacterias de tonos marrones y dio un par de tironcitos a sus pantalones a la altura de los muslos, para que los ruedos volvieran a cubrir sus medias deportivas blancas; los bolsillos laterales permanecieron sobresalientes, intentando acomodarse a un cuerpo al menos una talla más grande, describiendo dos curvaturas abultadas a los lados de las caderas. Salió del asiento de su escritorio dando pasos laterales, que era la única manera de moverse en el angosto espacio entre su puesto de trabajo y la pared, para guiar a Carmenhemberg a la escalera de caracol. La estrechez del pantalón estorbaba su ascenso, porque la improvisación con la que había sido construido el segundo piso del local, conllevaba unos peldaños exageradamente altos e irregulares, así que Troncone los trepaba a zancadas lentas y esforzadas. 

El segundo piso había sido improvisado sin mayor sensatez, alojaba los registros y a su archivista en un pequeño escritorio circundado por los muebles archivadores, como  una especie de monumento megalítico, donde se oficiaba gran parte de las  ceremonias burocráticas. Allí se encontraba Oneida, quien desde hacía tres años ostentaba el cargo de Jefe de Fichaje; el último eslabón de una cadena de cargos que inició como Auxiliar de fichaje tres, continuó como Auxiliar por dos niveles más, llegó a Coordinadora de fichas y continuó a Adjunto de fichaje, antes de llegar al  título actual. Ninguna de esas denominaciones alteró nunca la naturaleza del trabajo que Oneida había venido ejecutando durante los últimos doce años. Ahí estaba, una vez más, Oneida comenzando el día entre sus archivadores, concentrada en un intercambio de mensajes de chat, que se habían venido haciendo más frecuentes e intensos de un tiempo para acá.
¡Pajúo!, pensó y apagó el teléfono celular, justo antes de escuchar a Troncone anunciar su presencia mientras emergía por el hueco de la escalera.

-Neeeegraaa, buenos días.

- ¿Qué carajo quieres, Troncone?, le gritó con una ira imprecisa.

- Okey, mija – dijo Troncone a Carmenhemberg-  mejor venimos luego, esto está  no good.- Date una media vuelta con cuidadito para que podamos bajar.

Carmenhemberg juzgó que la maniobra era imposible, dada lo comprometida de su situación: Troncone, que lideraba el ascenso, se había detenido de pronto, y su trasero, a punto de hacer ceder las costuras del pantalón, ocupaba todo el espacio visual por sobre su cabeza; su lado derecho estaba amenazado por una pila de cajas que se recostaba del pasamanos, haciendo muy difícil asirse con seguridad; y su brazo izquierdo apenas podía extenderse para tomar el tubo central de la escalera. Además, debía girar cuidando que sus tacones no se atoraran en el piso de rejillas de la escalera.

- Dele, mija, dele, go ahead- , insistió Troncone.

Inició la vuelta muy despacio en medio de una sensación de vértigo, a pesar de que solo seis escalones la separaban del piso, y apenas se hubo movido, perdió el equilibrio, ocasionando el derrumbe de la pila de cajas.

- ¡Coño! ¿Que pasó? ¿Qué coño hiciste ahora, Troncone?- Volvió a gritar Oneida, odiando sin saber por qué a Troncone, cuya cabeza sobresalía por el hueco de la escalera, como un hongo regordete a ras del suelo.

-¡Yo nada , cálmate! ¡Esta carajita mató a alguien seguro…no veo, no sé!

Camino a la notaría, César piensa en los primeros cadáveres que había visto en su vida: los muertos del sacudón social. El primero había sido un muchacho de unos diecinueve años, su propia edad por ese entonces. Lo vio desde la ventana de su antigua casa, a unos metros de donde está ahora. Vestía pantalones cortos, zapatos deportivos y franela,  estaba tirado en medio de un charco de sangre en el que se dibujaban huellas de resbalones y caídas del tropel de gente que de seguro huyó sobre él; ya para entonces no quedaba nada en la calle, solo los vidrios rotos, los muebles de las tiendas tirados en la vía y el cadáver. A lo largo de todos los años posteriores, ha guardado esa imagen como la única representación posible de aquel evento salvaje, desesperado y vil que desfiguró el país para siempre, pero sobre todo a su San Martín natal. Cuando los vidrios fueron barridos, arrastraron con ellos a la mayoría de las  casas de familia, de los amigos, de los cines,  de las cafeterías y heladerías . Dejaron un campo arrasado, propicio nada más para la construcción de galpones industriales y comercios al mayor, dejaron gente recelosa de hacer vida en sus calles.

En San Martín todo fue reducido. Inclusive, el edificio Maracaibo, donde jamás una tienda ha logrado realmente prosperar, y donde hoy la notaria en la que trabaja hace vida como puede, creció sobre las ruinas prematuras de una espléndida sucursal de SEARS. Si bien, en ese entonces -que también correspondió a sus años de comunista y de la convicción de estudiar derecho para dar bases justas a su revolución- Sears Roebuck and Company le sirvió maravillosamente como ejemplo de los agentes de alienación del capitalismo, también le fue útil  a su padre para comprarle su primera biblioteca, donde las obras de Marx descansaron  cómodamente en un lecho pagadero en veinticuatro cuotas no menos cómodas. Mientras camina por la avenida, trata de recordar cuándo convino en que SEARS debía pasar a inscribirse para él como otra añoranza de un San Martín habitable.

Por fortuna, los daños en la notaría no habían sido de consideración. Como era muy temprano en la mañana, la oficina estaba prácticamente sola y cayeron sobre un escritorio sin usuario, tirando al piso y haciendo añicos un portarretrato. 

- ¿Estás bien? preguntó Oneida a Carmenhemberg, aún muy asustada por el derrumbe.  -Disculpa mi grito, no era contigo, bueno, no era con ninguno de los dos. Es que estaba resolviendo un asunto personal que me tiene muy molesta. Voy a la panadería para comprarte alguito para que pases el susto. ¿Qué quieres?

- Un agüita estaría bien, muchas gracias.

Una vez que Oneida salió de la oficina, Troncone continúo su inducción.

- Tienes que irte acostumbrado a este poco ‘e locos. ¡Y eso que no has visto a los más raros, Marino y el mudo Calderón! Marino es abogado de aquí, pero es un nerd, un loser… A mi me desespera. No es mala gente, pero es medio caído de la mata. Con el otro, no te vayas a asustar.

-¿El mudo?

- Sí. Je,je,je. Ese si es un caso, le dicen techo ‘e vinil, cuando lo veas vas a saber el motivo. Tiene toda la vida aquí. Bueno, ni siquiera trabaja aquí formalmente, sino que lleva y trae cosas, le damos propinas y lo ayudamos. Ese es un tipo bien raro, dicen que ni mudo es.

- ¿Cómo que ni mudo es?

- El se puso loco de tanto estudiar, eso es lo que dicen. El estudiaba Filosofía o Filología, una de esas cosas científicas y, en uno de esos discernimientos se quedó loco. Bueno, eso lo dijo hace años un tipo que dice que lo conoció cuando era joven.

- Ah, ¿no es un muchacho?-Interrumpió Carmenhemberg.

- No chica, es tremendo viejo. Decía el tipo que un día hizo una exposición en la universidad, que el trabajo que presentó fue muy bueno, que lo premiaron y todo, pero que desde ese día no fue más a clase y decidió no hablar más. Y, la verdad, yo jamás lo he escuchado decir ni pío, pero para mí que ese carajo es mudo y ya.
Es muy cómico: llega con un maletín, saca una libretica y se comunica por escrito. Y si tratas de quitarle la libretica de las manos para anotarle algo, te pega un grito como de mono; tienes que anotarle mientras él te la sostiene. Pero como te digo, es inofensivo: llega, hace las diligencias del día, regresa y se pone a leer algún libro raro o a  escucharle los cuentos a la señora Gladys, que por cierto te la tengo que presentar también.

El ruido de un frenazo prolongado interrumpió la conversación y sobresaltó más a la muchacha, que saltó en su silla.

- Tranquila, mija, keep calm, que si no hay golpe no hay choque y si no hay grito no hay muerto. Deje los nervios.



En la calle, arrastrado de nuevo a la acera por una mano que lo tomó por el cuello del saco en el momento preciso, César ve por fin al carro que casi lo mata al pasar la calle distraído con sus pensamientos. Cuelga  de la mano salvadora que aún lo sujeta, como un muñeco, tomado por un ventrílocuo muy extraño: Un hombre de unos sesenta años, alto y muy flaco, gibado,  con facciones agudas,  cara de pájaro y lentes redondos, envuelto en un traje gris algo sucio y desvencijado. La parte superior de su cabeza rapada estaba cubierta por completo por una elipse de betún negro, cuidadosamente dibujada. El Mudo Calderón ha salvado la vida de un distraído César Marino.


Luis Garmendia.



Comentarios

  1. ESPERANDO EL PROXIMO CAPITULO

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  2. me he reído como una loca

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  3. Me trasladé al San Martín de mi infancia y adolescencia, a la torre Maracaibo, donde guardaba el carro cuando visitaba a mi abuela, a mis amigos del colegio, a las caminatas para los centros comerciales, a la inauguración del metro. En fin, recordé cosas olvidadas de mi vida. Me reí con la historia y casi lloro, al recordar aquel San Martín que dejó de existir hace ya mucho rato. Saludos

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